jueves, 6 de marzo de 2008

Prólogo a la tercera entrega

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Tendré el honor o el tupé, juzgarán mis lectores sin ser preguntados, de hallar continuidad en estos escritos con dos grandes de la literatura universal: Cortázar y Apollinaire. Al hablar de ellos no pienso en una conceptualización abstracta que intente abarcar la totalidad de sus obras. Solamente me remitiré a textos determinados, en el caso de Apollinaire “La casa de los muertos” y en Cortázar al Capítulo 7 de “Rayuela”.
En “La casa de los muertos” Apollinaire utiliza un método curioso que consiste en la composición de un cuento y posterior descomposición del mismo en versos. Dicho método deslegitima la dualidad poesía-narrativa, reduciéndola a una mera cuestión de forma. Cortázar, por su parte, en el capítulo 7 de “Rayuela” nos maravilla con una poesía sin versos que constituye el proceso inverso.
La escritura de nuestro tiempo pone en jaque los límites formales tanto como los límites constitutivos de la obra. Poesía y narrativa ya no son claramente diferenciables. Aparecen presentaciones en público de literatura que sólo existe en esa lectura y lugar determinado, editoriales que imprimen obras en papel reciclado, blogs de todo tipo (algunos que hasta amenazan con la creación de un nuevo género literario).
En este contexto es que presento “IV (serie discontinua)” y “La ciencia de los despiertos” en este soporte magnífico y esa confusión de niebla unamuneana en que poesía y narrativa se reducen al debate sobre la ubicación espacial de las letras.
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Constancio

IV (serie discontinua)

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Lamentamos mucho lo sucedido. Alguna vez creímos en usted, ya no. Una decepción encontrarme. ¿No ves que está tosiendo?
Su anatomía rezonga por lo que le das.
Dices que la amas, eso dices
Para los que observamos de lejos
es claro
¿Cómo querer sin quererse?
¿No ves que está tosiendo?
Le raspará hasta que escupa sangre
O hasta que su cabeza explote como un globo de humo
Y sangre, y sucia agua de narguile en el empapelado.
Luego se encorvará en la inapetencia
hasta un aliento a vinagre
Y tal vez la nariz se roa en la paradoja de un ácido que enfría
O los pómulos vencidos sonrían con miedo ante miradas fijas.
Sigue tosiendo
¡Hagan algo! ¡Oh, haced algo!
Callen la mocosa, humecten la mucosa
Puro wisky, no te ahogues
La sangre fría está que hierve
No la había notado tan flaca
Nunca. Ni tan blanca
Tose, y seguirá tosiendo.

La ciencia de los despiertos

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Estás grave. Explicate mejor
“Eso”… me expulsó del paraíso, en esa época en que el mundo era plano y al salir de sus bordes me caí, a la profunda ruina de los seres mediocres. Fue mí culpa.
No tengo tiempo para no tenerte, tiempo. Amor, con vos lo mismo.
Sobrepensados mis asuntos he tomado una determinación:
La vida se me escapa, la corro, pero te juro se me escapa, como un conejo.
Así no podés seguir. No, no podés. La ruina es para vos, ¿Qué tenés que andar metiendo a los demás? Las drogas compartilas, “eso” no.
Palabras contrahechas, sentidos sinpartidos, rechazos, desabrazos, masculino (el rechazo es masculino).
Interesante reflexión Doctor.
Tal vez podamos incluirla en el anuario de la Universidad, antes deberías descreer de los hipopótamos incautos o de las luces apagadas. Antes de irme, me olvidaba, no acreciente su rabia con mis burlas, es sólo para divertirnos.
Quedesé tranquilo doctor; ahora entonces lo trato con minúscula.
No hay problema.
(Se va y me deja solo, así.) Siempre se van, siempre me dejan, esa es la ley general, la ciencia de los despiertos. Las gentes se les van, les dejan. Sus destinos son solos, sus destinos, también les dejan.

sábado, 1 de marzo de 2008

Prólogo a la segunda entrega

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Bastó simplemente que se me dijera que no para querer hacerlo. Será esta la publicación con más prólogos en la historia de las publicaciones en tintas y sistema binario. Que no se interprete este gesto en absoluto como una ofensa a mis lectores sino como un ejemplo más de mi tozudez. También quisiera aclarar que no se trata en estos prólogos de defender mis escritos sino de establecer un contacto estrecho con el público, en un registro de entera franqueza que escape a la ficción.
Hoy tengo poco que decir (y no es que me conforme el estado actual de las cosas y que el silencio sea un modo de complicidad). Sólo que no estoy de ánimos. Estoy cansado. Hoy quisiera volver a las épocas en que al comer helado sin cucharita se formaban picos de crema mientras mi boca practicaba los besos que más tarde daría.
Presentaré en esta ocasión un escrito intitulado que por su inocencia y su estrecha relación con los picos de crema considero oportuno. Y para referir al tema del silencio involuntario les presento el más corto, pero no menos fibroso texto
“El hombre que no escribe”.
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Constancio

(Sin título)

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Se frotaba contra la tela como un gato en las piernas de su dueño y el masaje circular sobre la ropa emitía el mismo sonido que el rozar del lápiz el papel. Desperezado, ya despierto, capturaba las más imperceptibles sensaciones. Un micrófono-transductor de caricias húmedas en hedoneo-impulsos eléctricos, una madre que escucha, o un pararrayos con su rayo.
La urdimbre tiranteada y su explícita presencia vaticinaban el anejo desenlace. Con la decisión de quien revolea sus cabellos al quitarse un sombrero, desbordó la teta el corpiño hamacándose hasta el cansancio con el pezón en lo alto, firme como un obelisco.

El hombre que no escribe

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Se sienta, se para y camina oscilante de un lado a otro de la habitación como aquellas personas que se mueven al hablar, pero en silencio. Lleva índice y pulgar al nacimiento de su nariz, entre los ojos enérgicamente cerrados. Suspira frente a una hoja sin letras y repite la secuencia. Repite. Repite. Repite. Repite. El pobre olvidó que el siglo veintiuno ya no escribe más de dos cartas seguidas sin respuesta.