sábado, 1 de marzo de 2008

Prólogo a la segunda entrega

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Bastó simplemente que se me dijera que no para querer hacerlo. Será esta la publicación con más prólogos en la historia de las publicaciones en tintas y sistema binario. Que no se interprete este gesto en absoluto como una ofensa a mis lectores sino como un ejemplo más de mi tozudez. También quisiera aclarar que no se trata en estos prólogos de defender mis escritos sino de establecer un contacto estrecho con el público, en un registro de entera franqueza que escape a la ficción.
Hoy tengo poco que decir (y no es que me conforme el estado actual de las cosas y que el silencio sea un modo de complicidad). Sólo que no estoy de ánimos. Estoy cansado. Hoy quisiera volver a las épocas en que al comer helado sin cucharita se formaban picos de crema mientras mi boca practicaba los besos que más tarde daría.
Presentaré en esta ocasión un escrito intitulado que por su inocencia y su estrecha relación con los picos de crema considero oportuno. Y para referir al tema del silencio involuntario les presento el más corto, pero no menos fibroso texto
“El hombre que no escribe”.
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Constancio

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